miércoles, 27 de septiembre de 2017

Adolescentes: esos grandes desconocidos

Por tercera vez en este blog, hago referencia a un artículo de Luis Aretio. No es casualidad, encuentro en él, sin conocerlo en persona, solo a través de lo que escribe, que no es poco, una sensibilidad educativa especial con la que me siento enormemente identificada.

Se llama Adolescentes: cambian las formas, no las normas.  En él Aretio nos habla de una consulta que les hace una madre a cerca de su hija de 14 años y el "problema" de falta de comunicación con ella, que ya no le cuenta nada.

Me encanta lo que plantea el autor, pero es verdad que muchas veces los adultos queremos que los adolescentes confíen en nosotros sin confiar nosotros en ellos. A mí me parece una utopía. Como maestra de Compensatoria, cuando estuve con adolescentes dos cursos en el IES Vía de la Plata de Guijuelo, aprendí muchas cosas. Entre lo que descubrí, está cómo tratarlos, tal vez una de mis mayores fortunas a nivel laboral (y personal). Descubrí también que tienen mucha magia, mucho encanto. Y que aunque están inmersos en una montaña rusa de cambios que los hacen ir de un extremo a otro, tienen mucho que aportar, muchísimo más de lo que la mayoría de adultos que los rodean alcanzan a ver.

No los menospreciéis. Si queréis que un adolescente confíe en vosotros, está en vuestras manos. Hay que ser generosos con ellos, y animarse a compartir parte de lo que a nosotros, los adultos, nos preocupa, nos quita el sueño, o nos hace estar con una sonrisa de oreja a oreja. Dejaos sorprender por ellos, entenderán mucho más de lo que quizá nosotros alcancemos a entenderlos. Una de las personas más  empáticas que me he encontrado en más de nueve años de docencia es una alumna, que actualmente no ha cumplido los dieciséis años, con la que he coincidido tres cursos, uno en el colegio y dos en el instituto. Sabía cómo interpretar mis gestos de una manera sorprendente. Incluso cuando yo tenía un muy mal día e intentaba disimularlo lo mejor que sabía y podía (los alumnos no tienen que "pagar" nuestros días malos), ella era capaz de descifrar que no estaba en mi mejor momento. 

Pero ojo, compartir no quiere decir que les contéis vuestra vida y milagros, ni todas vuestras intimidades. Para mí una de las claves para que los adolescentes nos cuenten (lo que quieran) está en saber encontrar el momento y el lugar, en saber esperar (ellos deciden cuándo empiezan a confiar en nosotros, y pueden tardar mucho o no empezar nunca a hacerlo), y a aunque corra el riesgo de sonar repetitiva y resultar pesada, imprescindible: no juzgarlos. 

Paciencia, seáis docentes, madres, padres...De verdad, cuando estáis a punto de rendiros, veis que un día, que no ha pasado nada especial, comienzan a contaros algo personal, y pensáis, o eso pensaba yo, sin saber muy bien qué había hecho clic en ellos: touché. Y aunque intentaba que no se me notara la alegría que me invadía, me sentía muy feliz, es difícil de explicar y es probable que muchos no sepan a qué me refiero. A los adolescentes que se han cruzado en mi camino o yo en el de ellos, a aquellos con los que me sigo comunicando por una u otra vía: GRACIAS. Puedo repetirlo un millón de veces y nunca me cansaré. 

¡Ah! Acabamos de estrenar el curso, más todavía en institutos y universidades, pero a todos esos jóvenes que lean esto: tenéis el mundo en vuestras manos, no lo desaprovechéis.


Imagen propiedad de Raquel Plaza Juan. Manos de Álvaro Morocho Martín.

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